Helen apaga la luz.
A oscuras se sienta delante de la ventana, a la misma hora todos los días. Expectante aguarda los cinco minutos que faltan para que den las 9 de la noche. Ajusta el objetivo del telescopio y prepara la cámara de fotos.
Cinco minutos después, en un distante edificio, una lámpara se enciende en una de las habitaciones de un piso situado en la décima planta. La persiana subida y la claridad de la estancia dejan al descubierto la intimidad de Karen. Ella está segura de que nadie la observa. No tiene edificios cercanos, lo que ampara su libertad de movimientos. Como todos los días al llegar a casa, se quita la ropa, la tira con descuido sobre la cama y se pierde por la puerta que da al cuarto de baño. A los diez minutos, sale desnuda y se pasea sin pudor por el dormitorio, ajena a todo y a todos.
Click, click, click… el ruido de los disparos llena el vacío recinto. Helen es hábil con la cámara y las fotografías recogen el bello cuerpo desnudo de Karen. De frente, de lado, de espalda, el pecho…la colección de sus fotos, crece día a día.
Cuando le propusieron aquel trabajo dudó, pero su carrera como detective privada estaba en sus inicios y no podía despreciar tan buen ofrecimiento económico. Una compañera de Karen, en la empresa farmacéutica donde ambas trabajaban, quería destruir su excelente reputación hurgando en su intimidad, buscando trapos sucios que sacar a la luz, ultrajando su vida personal. Y ella, por dinero, se había prestado a un mes de seguimiento: Hasta el momento no había encontrado nada con lo que poder saciar el ansia de venganza de su clienta. Aquel era su último día.
De pronto Helen observa cómo Karen se cubre con una fina bata de color blanco y descalza se encamina hacia la puerta de la calle. Alguien debe haber llamado, piensa, mientras la sigue con el telescopio y prepara, de nuevo la cámara enfocando con el zoom más potente que posee, hasta que vislumbra con nitidez los rostros. Una mujer pelirroja aparece ante su ojos, se saludan y nada más cerrar la puerta, se besan impúdicamente. Helen dispara ráfagas sucesivas de fotos, con la respiración agitada y presa de sus sentimientos advierte que unas lágrimas escapan de sus ojos empañando el objetivo.
—Venga cariño, ya son las doce, deberías acostarte.
—Ahora no puedo. Tengo a Helen muerta de celos y he de resolverlo —dice Marta a su marido riendo.
—¿Helen celosa? ¿No me digas que se ha enamorado de Karen?
—Sí. Surgió así, sin más, ella fue tomando las riendas de esta novela y me ha llevado a ello.
—Bueno, tú las creas, tú las destruyes, tú hurgas en sus vidas y las conviertes en lo que qué deseas. Esa es tú recompensa por tantas horas como pasas tecleando en el ordenador. No tardes, te espero despierto —le dice su marido, dándole un apasionado beso en la boca, aperitivo de lo que vendrá a continuación.
Una cortina se descorre unos centímetros en la ventana de enfrente. Nadie lo advierte. Tras ella, alguien con unos prismáticos ha contemplado el pasional beso entre ambos y espera paciente el momento de su satisfacción sexual.
Acecha a Marta hasta que cierra el ordenador, se levanta y se dirige a la alcoba. Orienta los gemelos hacia la ventana contigua, y entre penumbras, sin parpadear, intuye más que ve como se desnuda y se mete en la cama…
Para curiosear en otras intimidades en el blog de
Gustavo en micro